Hleb y su dura infancia

pato 19:27 | ,

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El día transcurría con tranquilidad. Nada hacía sospechar lo que iba a suceder minutos después. Lo que comenzó como una jornada como cualquier otra de las que se habían vivido en abril de 1986 en la central nuclear de Chernóbil se tornó en pesadilla.

Todo arrancó con una prueba rutinaria. El equipo se mantenimiento quiso testear la seguridad del reactor, y el experimento se les fue de las manos.

El reactor se volvió incontrolable hasta explotar y provocar un incendio en la planta, liberando una gigantesca emisión de productos de fisión a la atmósfera.

Instantes después, bomberos, policia y todo tipo de personal de salvamento acudió a la zona para mitigar los daños más evidentes, pero lo peor ya habia sucedido.

Apagadas las llamas, recogidos los escombros y ingresados los heridos, los ingenieros de Chernóbil recibieron la peor noticia desde Suecia el día posterior al accidente.

Unos empleados de la central nuclear de Forsmark, en Suecia, encontraron particulas radiactivas en sus uniformes y tras comprobar que estás no procedían de su central, dedujeron que la radiación emergía desde Ucrania, informando inmediatamente de ello.

La reacción del gobierno ucraniano fue inmediata, pero poco pudo hacer para evitar la peor tragedia nuclear de la historia, que causó directamente la muerte de 31 personas y afectó a millones de víctimas. Incluso en la actualidad todavía es posible detectar problemas causados por el accidente de Chernóbil.

Entre los afectados por la catástrofe se encontraba un tripulante de petroleros de Minsk, el señor Hleb. Los graves problemas de visión y de garganta le impidieron continuar ejerciendo el trabajo gracias al que mantenía a su mujer y a sus dos hijos Aliaksandr y Vyacheslav. Las urgencias económicas obligaron a la señora Hleb a trabajar como albañil, alicatando cuartos de baños. “En la URSS era común que una mujer hiciera el trabajo de un hombre“, relata Aliaksandr, el mayor de los dos hermanos.

Viendo que su madre se deslomaba ejerciendo una labor propia de hombres y su padre enfermaba cada día más, los hermanos Hleb se marcaron un reto. Iban a traer dinero a la familia. Y lo harían gracias a su don para el fútbol.

Así, los dos se lanzaron a las calles para perfeccionar su técnica y jugaban hora tras hora, día tras día, sin importar el frío que pudiera hacer en Minsk. De hecho, ellos consideraban el frío como un aliado. “Prefería jugar con nieve, porque si caes sobre el cemento te haces daño“. Aliaksandr, que también coqueteó con la gimnasia y la natación, tuvo que escuchar como le acusaban de enclenque y le augubaran un negro futuro como futbolista durante sus años en la escuela del Dinamo de Minsk, pero no se dejó vencer por el desaliento y continuó creyendo en sus posibilidades.

A los 17 años le fichó el Bate Borisov, y en el 2000 llegó su gran momento. Unos ojeadores del Stuttgart le vieron jugar junto a su hermano y decidieron llevarse a los dos Hleb a la Bundesliga.